Desde la sombra - Metros Ligeros de Madrid - ML1

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Desde la sombra

Juan José Millás

5 minutos

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Tras el robo, continuó andando con expresión neutra. Si hasta ese instante todo había transcurrido en una dimensión en la que el tiempo había perdido las proporciones acostumbradas, apenas se hubo alejado unos metros, los segundos recuperaron la duración habitual, aunque su ritmo cardiaco sufrió las alteraciones propias de quien acabara de padecer un shock. Arrepentido por el hurto, el remordimiento se vio atenuado sin embargo por una oleada de vanidad. Camina despacio, se dijo a sí mismo, modera el paso, no levantes sospechas.

En esto, su visión periférica le advirtió de un peligro. Volviendo la cabeza ligeramente, descubrió la presencia de un guardia de seguridad que sin duda había presenciado el robo y que ahora le seguía con discreción para abordarle, pensó, cuando se encontraran en una zona poco transitada. No quieren escándalos, se dijo Damián. El tiempo adquirió de nuevo la condición de una burbuja en cuyo interior se hallaba atrapado y en la que los segundos, enormemente dúctiles, convivían no tanto con los escrúpulos morales propios de su carácter, sino con el pánico a ser detenido.

—Imagínese —le dijo a Sergio O’Kane— que me cogieran robando. Pensé en la gente de mi antigua empresa, en mi padre, en mis vecinos, en mi hermana china…

Damián se dirigió a uno de los ascensores, donde calculó que la aglomeración impediría actuar al vigilante, e intentó confundirse entre los demás cuerpos. Pero al poco tenía al guardia junto a él.

—Vamos a hacer esto sin organizar follón —le dijo sonriendo el uniformado—. Limítese a seguirme.

—¿Adónde?

—A las oficinas, no es más que un trámite.

—Yo no he hecho nada —dijo Damián.

—Perfecto, entonces lo liquidaremos enseguida.

El guardia de seguridad se separó del grupo que aguardaba el ascensor comprobando que Damián le seguía dócilmente. Pasaron por delante de una perfumería, de una tienda de regalos, de un establecimiento de comida japonesa y de una boutique de ropa femenina, Damián siempre un poco retrasado respecto al guardia, observando brevemente, como debajo del agua, las escenas que se sucedían al otro lado de los escaparates. En esto, al pasar junto al hueco de unas escaleras, se lanzó impulsivamente hacia abajo ganándole al vigilante, que no había esperado esta reacción, unos segundos decisivos. Descendió de cuatro en cuatro los escalones y alcanzó un rellano donde había una puerta de hierro que empujó con violencia silenciosa. Detrás había un parquin que había sido convertido también en mercadillo, solo que aquí abundaban los muebles sobre otras antigüedades.

Procurando no llamar la atención del público, logró esconderse detrás de un armario enorme,

desde donde vio cómo la puerta de hierro se abría de nuevo para dar paso al vigilante, cuyos movimientos, muy tensos, seguían sometidos a un control marcado sin duda por el protocolo establecido para hacer frente a tales situaciones. El vigilante barrió con la mirada el espacio al tiempo que se comunicaba con alguien a través de un micrófono que colgaba de su hombro. Luego se dirigió hacia su izquierda dejando a su derecha a Lobo, que al dar la vuelta al mueble para salir de la perspectiva del guardia, alcanzó la zona delantera del armario, cuya puerta central abrió para colarse dentro tras comprobar fugazmente que nadie reparaba en su presencia.

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